Si observamos lo que sucede puertas adentro de las tres grandes potencias que pugnan por la hegemonía mundial (Estados Unidos, China y Rusia), veremos cómo la prioridad de las lógicas geopolíticas y las luchas interestatales estrechan los espacios de los movimientos antisistémicos y hasta la crítica a los poderes establecidos.
Cada vez que crece la tensión entre naciones, las clases dominantes se empeñan en controlar a sus sociedades, ya que la intensificación del conflicto social puede debilitarlas en sus aspiraciones globales. En estos momentos asistimos al control cada vez más asfixiante de cualquier acción social, a través de la represión directa, de la cooptación o de una combinación de ambas.
En China el poder del Partido Comunista y de un Estado autoritario aplastan cualquier movimiento de resistencia, en una nación donde el gobierno controla férreamente la sociedad civil. No existe un sindicalismo independiente del Estado, ni movimientos sociales como los que conocimos en otros periodos de la historia china, ni la posibilidad de expresar críticas abiertas a las autoridades.
Según la emisora estatal Radio Internacional, “unas mil 650 personas fallecen diariamente en China como consecuencia de trabajar en exceso”, lo que supone 600 mil muertos al año (https://bit.ly/3LmdDoW). Las feministas chinas son perseguidas y encarceladas por distribuir propaganda, en una sociedad donde el poder “es paranoico respecto de todo lo que no puede controlar” (https://bit.ly/3rzpIiL).
En un excelente texto en El Salto, Rafael Poch de Feliu estima que tanto en Rusia como en las ex repúblicas soviéticas asiáticas, predominan oligarquías que gestionan regímenes autocráticos. La suspicacia del Kremlin ante la menor protesta social, se debe en su opinión al “miedo a una revuelta social y antioligárquica en Rusia, algo que tarde o temprano sucederá” (https://bit.ly/3oymgmG).
En países donde no existe sociedad civil autónoma y las personas están excluidas de toda participación, sin “altavoces para expresar legalmente su disconformidad”, se constata la tendencia hacia “una actitud de derribo más que de reforma o enmienda del orden establecido”. Acusar a los manifestantes de agentes extranjeros, es una vieja coartada que usaban las derechas en nuestras tierras contra toda oposición de abajo.
En Estados Unidos se combinan la brutal represión contra las movilizaciones de abajo (como sucedió con las protestas a raíz del asesinato policial de George Floyd), con la más sutil cooptación de los dirigentes de movimientos, para ensanchar las bases sociales del poder y debilitar las luchas.
En su Informe 2020 sobre los derechos humanos en Estados Unidos, Amnistía Internacional asegura que “al menos mil personas murieron por disparos efectuados por la policía” (https://bit.ly/3GHldai). El informe agrega que se produjeron “numerosas y flagrantes violaciones de derechos humanos contra quienes protestaban por los homicidios ilegítimos de personas negras y pedían una reforma sistémica de la policía”.
Además, denuncia que “en los estados que se permitía portar armas de fuego a la vista, hubo casos de civiles armados que se enfrentaron a manifestantes con el resultado de al menos cuatro muertes”. Las descripciones que hacen Amnistía y algunos medios sobre la violencia policial, son muy similares a las que se registran diariamente en algunos países latinoamericanos, como Colombia y Brasil.
En la reunión que mantuvo la vicepresidenta Kamala Harris con la presidenta hondureña, Xiomara Castro, días atrás, la primera insistió en la importancia de “combatir la violencia sexual, de género y doméstica, y que este trabajo es uno de los pilares fundamentales de la estrategia de EU para abordar las causas fundamentales de la migración en América Central” (https://bit.ly/3Lop4wo).
No se puede negar que son creativos: ahora el imperio exporta feminismo, mientras llueven las denuncias de violencia contra las mujeres en las fuerzas armadas. Deborah Snyder, coronel retirada de la Armada, dijo a France 24 que “80 por ciento de las mujeres soldados han sido víctima de agresión sexual” (https://bit.ly/3gzsjTI).
Estados Unidos y las derechas impulsan las “revoluciones de color” para promover cambios de régimen, apelando al feminismo y al ambientalismo, aprovechando el descontento social para derribar gobiernos que no les resultan afines.
De modo simétrico, las izquierdas en el gobierno acusan a quienes las critican de “hacerle el juego a la derecha”, como juzgan en Brasil al movimiento de junio de 2013 que luchó contra la desigualdad. No olvidemos que el Ejército Revolucionario del Pueblo fusiló a Roque Dalton por “estar al servicio de la CIA”, o sea por discrepar con la línea de la dirección.
Corren malos tiempos para la lucha de los de abajo. No desesperemos; la historia nos enseña, como sucedió en 1914, que los furores estatistas se desvanecen al emerger toda la indecencia de los estados y sus fuerzas represivas.